Cuestión de voluntad
Las historias generan narraciones fabulosas,
de piel y carne adormecida, de finales inesperadas y risas o intrigas. Las
reacciones consecuentes generan que se vuelvan a repetir, o no. Del éxito
comprendido en la anécdota se resuelve la cantidad de copias de un mismo
relato.
En realidad, lo de “un mismo relato” cae de
maduro en su falsedad. Ninguno nace gemelo. Ni en las ideas o en los tamaños y
colores. Cada relato juguetea y se desfallece en soledad, aunque no se perciba
lo mismo.
Sabía que su sueño era interesante porque le
provocaba interrogantes difíciles de responder aún en momentos de lucidez.
Hablaba de los sueños, las capacidades humanas, la muerte dentro de la vida.
Y sucedió. Presenció un estadio repleto
de personas, borrosas y estruendosas, él en un punto indeterminado. Podría ser
la espera de una filarmónica, un consumidor popular de éxitos, un apodo de
animal selvático. Podría ser algo que requiriera la compra de una entrada.
Podría ser algo que involucrara el dinero o las locuras masivas.
Pero no, allí no interpretaba su música
un conjunto de instrumentistas, ni se encontraba en el escenario un político incandescente
en busca de su referente “populista” o “renovador”, esas expresiones gastadas.
Era otro virus. Había un traje blanco, la única imagen representativa. Tal vez
sucedieron otras cosas, posturas físicas de su cuerpo, griteríos, sonrisas,
promesas y dudas. Pero fundamentalmente aquel traje blanco, al que imagino
impecable, suave al tacto.
Si aquella cantidad de gente fue para disfrutar
de su presencia, pagó entradas y soportó colas, y encima hace un calor y nadie
reparte botellitas con agua, ni al revoleo, o es de noche y nadie comparte las
ropas, bueno, es evidente que aquel personaje de traje blanco era carismático y
lograba reunir a gran cantidad de humanos. Tal vez no lo es. Digo, tal vez no
es ‘humano’. Es verdad. Hay quienes piensan que “no estamos solos”. Otros refutan esa afirmación. Dicen que nunca lo
estuvimos, ya que nosotros mismos somos ese
otro, esa diferencia, ese misterio arqueológico. La cuestión
pasaba porque aquel personaje
monocromático juntaba mucha gente. Nadie niega eso.
El tipo arrancó hablando de los deseos. Que
cada uno, esa noche, iba a cumplir su deseo más preciado.
En primer lugar, luces incoloras y
olores nauseabundos nulos. Expresiones verbales vociferadas con calma o
violencia, no sabes si en el estadio repleto o en los huesos de tu cerebro.
Cosas que pueden o no haber sucedido, ¿cuál es la diferencia? La vida en
especial sentido juega con esa paradoja, la de vivir para olvidar. Olvidar que
uno vive por vivir. Vivir sin saber que uno olvida, hasta que se intenta
recordar lo eliminado. Jugar con los archivos con olor a tinta vieja, llorar lo
experimentado, entusiasmarse por lo que puede llegar a venir, con suerte, si la
virgencita de Itatí nos acompaña en esta redada.
“Sólo
tenían que pedirlo en el momento en que bajara el destello divino del Señor”.
Y uno no sabe qué hizo en ese momento, te babeaste o canalizaste tus miedos en
un grito, en una carcajada extraña. Sólo se sabe que él estaba detrás del
escenario, alejado del quilombo, presenciando esa locura. “¿Y vos qué hacías en ese momento? ¿Dónde andabas?”. Cuando el
muchacho indicó lo que les dije, bajó un destello divino y la gente comenzó a
reírse, a volar, a… -y las interrupciones entorpecen las explicaciones. Pero lo
raro no fue eso, dijo.
Lo raro fue que después de todo eso el
pastor se diera vuelta, me mirara y me dijera: ¿Qué tonta que es la gente, no? Necesitan creer en alguna fuerza divina
para poder cumplir lo que se proponen.
Y yo, mirándolo, sin entender reconocí
el por qué de su explicación. El estadio repleto, tan alucinado en sus curvas
como fantasmagórico en sus nieblas. Sus efectos se hicieron luces, y aquel
poder divino era irreal, y era ese poder la voluntad de la gente, que realizaba
sin pedirle nada a nadie, con el convencimiento de que se podía.
No sé si se produce por naturaleza eso
de poner tu vida en manos ajenas. No sé si es correcto que transites tu vida
sin el convencimiento de tus condiciones. No debería ser así.
Generó pensamiento, y un escrito un sueño, una multiplicación desconocida, en
parte del aire que respiramos. En tiempos de inspiración o de rabia sequía
pampeana, vale premeditar y evaluar, o cerrar los ojos y bailar. Cuando el
muchacho indicó lo que les dije, todos volaron, rieron. A mí nadie me dijo nada
así en una conferencia, recital o en el bar. A no ser que lo haya olvidado.
El otro sueño vivo fue en la calle cuarenta y
nueve, llegando a cinco. Tal vez algo de allí nos habló acerca del olvido, de
la intrascendencia. Y de reír moviéndose. Es normal en estos lugares. De anoche
recuerdo pocas cosas: al micrófono del acordeón le faltó volumen, o de tanto
bailar, del micrófono se olvidó. Ese acordeón era acariciado por una morena. Su
belleza se multiplicaba cuando hacía el amor con las teclas, y algunos
sonreían, y todos se agitaban.
Un sueño de Nicolás
Un sueño de Juan