FLIA

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nº5: Cuestión de Voluntad. Por Nicolás y Juan


Cuestión de voluntad


 Las historias generan narraciones fabulosas, de piel y carne adormecida, de finales inesperadas y risas o intrigas. Las reacciones consecuentes generan que se vuelvan a repetir, o no. Del éxito comprendido en la anécdota se resuelve la cantidad de copias de un mismo relato.
 En realidad, lo de “un mismo relato” cae de maduro en su falsedad. Ninguno nace gemelo. Ni en las ideas o en los tamaños y colores. Cada relato juguetea y se desfallece en soledad, aunque no se perciba lo mismo.

 Sabía que su sueño era interesante porque le provocaba interrogantes difíciles de responder aún en momentos de lucidez. Hablaba de los sueños, las capacidades humanas, la muerte dentro de la vida.
 Y sucedió. Presenció un estadio repleto de personas, borrosas y estruendosas, él en un punto indeterminado. Podría ser la espera de una filarmónica, un consumidor popular de éxitos, un apodo de animal selvático. Podría ser algo que requiriera la compra de una entrada. Podría ser algo que involucrara el dinero o las locuras masivas.
 Pero no, allí no interpretaba su música un conjunto de instrumentistas, ni se encontraba en el escenario un político incandescente en busca de su referente “populista” o “renovador”, esas expresiones gastadas. Era otro virus. Había un traje blanco, la única imagen representativa. Tal vez sucedieron otras cosas, posturas físicas de su cuerpo, griteríos, sonrisas, promesas y dudas. Pero fundamentalmente aquel traje blanco, al que imagino impecable, suave al tacto.
 Si aquella cantidad de gente fue para disfrutar de su presencia, pagó entradas y soportó colas, y encima hace un calor y nadie reparte botellitas con agua, ni al revoleo, o es de noche y nadie comparte las ropas, bueno, es evidente que aquel personaje de traje blanco era carismático y lograba reunir a gran cantidad de humanos. Tal vez no lo es. Digo, tal vez no es ‘humano’. Es verdad. Hay quienes piensan que “no estamos solos”. Otros refutan esa afirmación. Dicen que nunca lo estuvimos, ya que nosotros mismos somos ese otro, esa diferencia, ese misterio arqueológico. La cuestión pasaba porque aquel personaje monocromático juntaba mucha gente. Nadie niega eso.

 El tipo arrancó hablando de los deseos. Que cada uno, esa noche, iba a cumplir su deseo más preciado.

 En primer lugar, luces incoloras y olores nauseabundos nulos. Expresiones verbales vociferadas con calma o violencia, no sabes si en el estadio repleto o en los huesos de tu cerebro. Cosas que pueden o no haber sucedido, ¿cuál es la diferencia? La vida en especial sentido juega con esa paradoja, la de vivir para olvidar. Olvidar que uno vive por vivir. Vivir sin saber que uno olvida, hasta que se intenta recordar lo eliminado. Jugar con los archivos con olor a tinta vieja, llorar lo experimentado, entusiasmarse por lo que puede llegar a venir, con suerte, si la virgencita de Itatí nos acompaña en esta redada.

 “Sólo tenían que pedirlo en el momento en que bajara el destello divino del Señor”. Y uno no sabe qué hizo en ese momento, te babeaste o canalizaste tus miedos en un grito, en una carcajada extraña. Sólo se sabe que él estaba detrás del escenario, alejado del quilombo, presenciando esa locura. “¿Y vos qué hacías en ese momento? ¿Dónde andabas?”. Cuando el muchacho indicó lo que les dije, bajó un destello divino y la gente comenzó a reírse, a volar, a… -y las interrupciones entorpecen las explicaciones. Pero lo raro no fue eso, dijo.
 Lo raro fue que después de todo eso el pastor se diera vuelta, me mirara y me dijera: ¿Qué tonta que es la gente, no? Necesitan creer en alguna fuerza divina para poder cumplir lo que se proponen.
 Y yo, mirándolo, sin entender reconocí el por qué de su explicación. El estadio repleto, tan alucinado en sus curvas como fantasmagórico en sus nieblas. Sus efectos se hicieron luces, y aquel poder divino era irreal, y era ese poder la voluntad de la gente, que realizaba sin pedirle nada a nadie, con el convencimiento de que se podía.
 
 No sé si se produce por naturaleza eso de poner tu vida en manos ajenas. No sé si es correcto que transites tu vida sin el convencimiento de tus condiciones. No debería ser así.
Generó pensamiento, y un escrito un sueño, una multiplicación desconocida, en parte del aire que respiramos. En tiempos de inspiración o de rabia sequía pampeana, vale premeditar y evaluar, o cerrar los ojos y bailar. Cuando el muchacho indicó lo que les dije, todos volaron, rieron. A mí nadie me dijo nada así en una conferencia, recital o en el bar. A no ser que lo haya olvidado.

 El otro sueño vivo fue en la calle cuarenta y nueve, llegando a cinco. Tal vez algo de allí nos habló acerca del olvido, de la intrascendencia. Y de reír moviéndose. Es normal en estos lugares. De anoche recuerdo pocas cosas: al micrófono del acordeón le faltó volumen, o de tanto bailar, del micrófono se olvidó. Ese acordeón era acariciado por una morena. Su belleza se multiplicaba cuando hacía el amor con las teclas, y algunos sonreían, y todos se agitaban.
 

      Un sueño de Nicolás
Un sueño de Juan

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