FLIA

FLIA

No te duermas más


Claros reflejos de luna



sobre el río tibio de tu alma.
Inmensidad puntual y cristalina
por cada margen de tierra
que bordea la vida planetaria.
Las palabras caen sobre el agua
por su propio peso.
Fundidos colores en el fondo oscuro
muestran una especie
todavía no encontrada
                no entendida
                no escuchada
por los ojos del hombre
que todavía camina por la superficie
y no se anima



a atravesar las fronteras.




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"Acordeones". Por Sterne




Acordeones


 Suena una bocina de fondo. La señora pega su cara al vidrio del auto y sonríe con su rostro redondo y adormecido hacia mi vista como buscando correspondencia. Sonrío, río de costado. Suena la bocina nuevamente. Un masculino conduce el auto vetusto en donde ella viaja. La masa que deambula se saluda bruscamente con sus sonajeros de adultos.
 La misma persona sube al colectivo. Estoy escuchando esa música, la tuya. Él se percata de que ya ha estado en esa situación antes. Me reconoce. Lo reconozco. Nos saludamos misteriosamente en un silencio de vergüenza. Transcurre el viaje. Su corbata es celeste como la de esa otra vez en esa misma parada y con esa línea de colectivo. Sus labios son grandes y carnosos. Su pelo lacio y quisquilloso hacia un lado. Recuerdo su teléfono ultra moderno y digital. Lo saca como aquella vez. Marca, aprieta teclas y lo guarda, como aquella vez. Yo miro de costado, sonrío, adivino el movimiento que se confirma. Sigo con mi rutina.
Un mesero prepara su delantal. Ajusta el piolín a su cintura. Lustra su bandeja. Espera al cliente que pedirá como todos los días el cortado con medialunas de grasa y se sentará en la misma mesa para leer el diario y mirar por la ventana para tratar de huir de la información.
 Los porteros baldeando las veredas, comentando el partido del día anterior y homenajeando la belleza femenina. El desgarbado paseador de perros se enfrenta con esas caras de ladrido como todas las mañanas. La plaza: su liberación o su cárcel. El portero refunfuña por el transcurrir de las horas sin sueño y las pisadas animales.
 Las niñas con sus tapaditos negros y sus botitas ad hoc transitan apuradas y maquilladas por la vetusta pasarela de las ilusiones. Las palomas me marean con sus piojos grises de ciudad mugrienta.
En la esquina aparece el mismo gato polvoriento y piojoso. Todas las mañanas se despereza y sacude sus ancas de ser adormecido y nostálgico. Un personaje se dirige a comprar pollo en dudoso estado. Es temprano y el dueño nuevamente se quedará unos minutos más en la cama haciéndole mimos a su mujer acolchonada.
 En la penumbra del día invernal las bufandas se entrelazan en los cuellos y los sostienen. Se duermen parados los personajes urbanos en los autobuses. Los vehículos son partículas desorientadas buscando un polo. Hacia el mismo lado. Viento, revoloteo. Nuevamente doblan. Siguen andando. Átomos internos adormecidos.
 Mi parada. Roces y el timbre. Suena. Suena otra vez. Alguien aprieta no se sabe qué botón de la conciencia horaria. Retumba en mi cabeza una película. Bajo. Toco el piso, el resbaloso piso de la ciudad baldeada tempranamente. El diariero madrugador está ordenando su barricada. Unos lentos pares de zapatos que no puedo calzar se me presentan como vereda interminable. Me los voy poniendo: zapatos, zapatillas, botas, suecos ajenos y grises de rutina. El portero está en el frente. Expectante, piensa que esta vez lo saludaré con un beso. Sigue esperando. Entro, aunque esta vez descalza. Pasillo, ascensores que hacen ¡pin!, saludos cordiales a los desconocidos de siempre. Saludos apropiados a los conocidos recientes. Ascensor: cubículo uterino que nos hace parir. Quinto piso. Desciendo y ¡pin!: larga jornada. Pienso en el felino nostálgico, en la señora que temprano aprieta una naranja en la verdulería, en la palidez de la juventud somnolienta. Los zapatos me esperan a la entrada para que los camine nuevamente.

Cimarrón #7

Don José en Cimarrón