FLIA

FLIA

Amontonados

Hace poco tiempo descubrí un viejo anhelo que se volvió realidad sin que me diera cuenta. Tal vez la aceleración de los días logre quitarnos nuestra capacidad de valorar lo que la vista se acostumbra a frecuentar. Algo sencillo como observar por dentro la cocina y encontrar en cada rincón, en cada acumulación de objetos, una respuesta, una pequeña revelación.
Efectivamente, cayó la ficha y resignificó todas aquellas veces en que me quedé pensativo y callado, digamos absorto, mirándolos pasar el tiempo. Una mirada melancólica clavada en sus cuerpos. Tardes apacibles de brisa fresca y pueblo abandonado.

Se fueron juntando en el transcurso de varios meses, como si de un grupo renovado de amigos se tratase. Respetando a cada uno por sus vivencias: al viejo por su curtida experiencia, al recién llegado por su ánimo jovial, al catre caído y triste para sostener su espíritu en desuso.
De ellos se aprende al contemplarlos juntitos y amontonados, algunos con más vitalidad que otros, generosos e introvertidos. Ahora mismo me provoca un contento inusitado observarlos, mirá, fijate. Están esperando. Es lo que hacen siempre y lo que motiva la relación con ellos, pero qué frío suena, si no es un trabajo de campo. Es una experiencia surgida de la convivencia, de los códigos del buen día, del Pongo el agua, del Vamo arriba, no pasa nada.

Tranquilos, imperturbables, aguardan su oportunidad. Conocen sus historias: uno proviene de Misiones, alto y preparado para la garganta fresca y los soles quemantes; el de madera viene del sur, criado en Junin y alrededores, buen compañero y viajero. Y los otros, con sus cuentos echados al hombro, cantan también sus versos como cualquiera de nosotros, paseantes del verde yuyal, tropilla tarefera y desprolija.
Hace poquito, un hermoso calabaza charcón me fue obsequiado. Lo dejé en suspenso tres días y tres noches aguardando por su pronta curación. No tiene nombre, es solamente él, un mate. Su sabor amargo es inigualable y somos buenos amigos, y no es que desmerezca al resto. Pero cuando los miro amontonados, contentos y en silencio, ya sabe él que lo ando buscando. Quién hubiera dicho que se formara tan linda barriada, a centímetros de la mesada de mármol.

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